Para los títulos de duque, y todos y cada uno de los que tienen Grandiosidades en España, se utiliza el título de Excelencia, para los títulos de marqués, conde o vizconde el título de Ilustre, y para el título de barón el de Señorío.
Para iniciar, nos interesaría comprender de qué forma tenemos la posibilidad de estimar la obra de Nick Land: ¿Tenemos la posibilidad de decir que es literatura? ¿Tenemos la posibilidad de decir que es filosofía? ¿Exactamente en qué límite andas? ¿Cuáles son las divisiones genéricas para meditar de la manera en que Nick Land trabaja sobre conceptos filosóficos, pero asimismo algo mucho más que eso?
Pienso que lo que hace Nick Land es ir un paso alén de lo que William S. Burroughs ahora había empezado a entrenar en los años 50 y 60. Es el fluir, el movimiento de un ensayo mental. Esto es, Burroughs tenía esa anomalía de frontera que le dejaba situar su producción de enunciados como una parte de una cultura literaria (resaca de surrealismo, cooperación con los beatniks), pero, al tiempo, entendía que esa escritura era de todos modos un medio . por otra cosa Este otro sería un concepto de lo extraliterario o de lo anteliterario, que es previo a la literatura, que marcha como una suerte de primitivismo al que la escritura recula, como una proyección atávica, mediante un grupo de supercherías o mitologías sobre el futuro. El futuro se comprenderá en el momento en que retrocedamos. En la situacion de Burroughs, toda esta práctica aún tiene un pie en la literatura. Pienso que Nick Land representa el paso de esta ambición a lo extraliterario, un xenomorfo de la escritura: redactar con la intención de estar totalmente fuera de la civilización. Y aquí hay quizás un concepto centrada en la interpretación de la verdad en los términos en que la filosofía puede definirse como un deseo de amoldarse a la cosa. Reading Land supone esa superstición metafísica de opinar, y es siendo consciente del perfil anagógico de la filosofía como y escoge ahogarse en su mar y, afirmemos, vegetar la perversión que su pensamiento experimenta en el derrumbe, en contraste al de Burroughs, ha de ser «tomado seriamente»: esto, afirmaría yo, se ve precisamente en el hecho mismo de que leemos a Land y, intentando encontrar entender sus «conceptos», dejamos huír su estilo. Si fuera abiertamente un escritor de «literatura», quizás sus propósitos se volverían mucho más con transparencia en tanto que no nos encontramos obligados a opinar lo que afirma: anunciado como pensador, la literalidad con la que procuramos conceptos nos transporta a percibirlo como un profeta. Mucha de la atención que estuvo recibiendo Nick Land, quien se retiró de todo el mundo académico inglés a objetivos de la década de 1990, se enclaustró en China y se transformó en un fantasma, lo incodificable, procede del inconveniente que llegó a representar exactamente para el planeta académico, que no es mucho más que una rama neurótica del capitalismo. Land fue y es venerado por seguidores que no tienen la posibilidad de posibilitarse el lujo de estar según con la oportunidad de proseguir lineal o de forma ciega la visión landiana, lo que lo transformó en una suerte de pensador desde fuera, desde el horror: fuera de la academia, fuera de los límites de los mecanismos del lenguaje. representación y patologización. La máquina teorética de la academia, aun entre los modelos que dicen proseguirla, es denegar a Land el estatus de pensador, arrancarle las charreteras: “Nick Land fue un pensador”, afirma uno de sus publicistas, “y después se volvió orate.” . Precisa volverse desquiciado, en caso contrario su giro reaccionario sería monstruoso. Todo alzamiento reaccionario debe comprenderse como tal: disparidad. La horrible situación que se puede absorber, en cambio, es que la filosofía puede volverse hacia el lado obscuro y continuar siendo filosofía: si lo mismo que espera en el final de la historia es malo o amoral, cualquier conversión al horror responde al sueño original. . . verdad de la filosofia.
Pero ¿de qué sirve ser conde, marqués o grande?
Tener un título y, más que nada, ser Grande de España significaba disfrutar de distintas permisos, según la temporada histórica: por poner un ejemplo, cobrar alquiler, poder entrar de manera directa a puestos mucho más altos (y mejor pagados) en la ejército o hallar entrada gratis al Palacio Real a la galería de retratos.
El día de hoy, por suerte, no quedan ninguno de estos permisos, además de que te tienen la posibilidad de invitar a una boda real o que tienes mucho más opciones de mostrarse en Hola. El último privilegio legal en ocultar fue en 1984: viajar con pasaporte diplomático.