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Cómo muere Martín Fierro en el fin

Cabe rememorar que, en la sección primera del poema de Hernández, Martín Fierro, borracho, insulta a un negro, lo agrede con un cuchillo y lo aniquila. Tras ver su agonía, limpia su cuchillo en la yerba, se sube poco a poco a su tiovivo y se distancia.

«El Fin» es un cuento anunciado por Jorge Luis Borges en 1953, entonces incorporado a Ficciones. El título, El objetivo, menciona en el final de la vida de Martín Fierro o en el final que el negro se planteaba para vengar la desaparición de su hermano ejecutado por Martín Fierro en la sección primera del poema. Borges quiere recrear una viable resolución del enfrentamiento entre Martín Fierro y el negro. Como se recordará en la segunda una parte del poema, Fierro va a pagar con el negro hasta el momento en que en determinado instante se muestra como el hermano de aquel que Fierro asesinó en una riña en el campo. Intimidan con luchar, pero los hijos de Fierro los detienen. Borges reanuda su relato con la presencia del tendero Recabarren -lisiado y trágico- contemplando el plano desde una ventana mientras que escucha el rasgueo de una guitarra afinada por el negro que espera el regreso de Fierro para llenar el contrapunto pendiente. «El desenlace» no es el único ensayo literario que tiene Borges con Martín Fierro. En 1949 redacta «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, relato anunciado en El Aleph. Allí Borges relata la vida del gaucho Cruz, en teoría nativo de 1829 y fallecido en 1874. Las peripecias de la vida de Cruz llegan a su culminación en esa noche de 1870 en el momento en que exactamente el sargento Cruz escoge, en la mitad de una pelea contra un gaucho desertor y el matrero, para ir bastante lejos a su lado, empezando de esta manera entre las amistades recordables de la literatura nacional. EL FIN Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el techo de carrizo bajo y también inclinado. El rasgueo de una guitarra venía de la otra parte, una suerte de laberinto paupérrimo que se iba enmarañando y deshaciendo… De a poco fue recobrando la verdad, las cosas diarias que nunca cambiaría por otras. Miró sin piedad el cuerpo grande y también inútil, el poncho de lana basta que le envolvía las piernas. Afuera, alén de los barrotes de la ventana, se extendía la llanura y la tarde; había dormido, pero todavía había mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo procuró a tientas un sonajero de latón al pie del catre. Una o un par de veces agitó; al otro lado de la puerta le proseguían llegando las modestas cuerdas. El performer era un hombre negro que apareció una noche haciéndose pasar por artista y que retó a otro irreconocible a una extendida patraña de contrapunto. Derrotado, prosiguió frecuentando la tienda de comibles, tal y como si esperara a alguien. Pasó horas con la guitarra, pero no volvió a cantar; quizás la derrota lo había amargado. La multitud ahora se encontraba habituada a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón del tendero, no olvidaría este contrapunto; al día después, en el momento en que se había limpiado una tercer parte de la yerba, su costado derecho murió de repente y perdió la aptitud de charlar. A fuerza de compadecernos de las desgracias de los héroes de las novelas, terminamos por compadecernos exageradamente de nuestras desgracias; no el sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como una vez aceptó el rigor y la soledad de América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, en este momento miraba al cielo y creía que el anillo colorado de la luna era señal de lluvia. Un jóven de aspectos indios (quizás su hijo) abrió un tanto la puerta. Recabarren le preguntó con la mirada si había clientes del servicio. El jóven, taciturno, logró una señal de no; el negro no cantaba. El hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó con el sonajero en el transcurso de un rato, tal y como si ejercitara fuerza. La llanura, bajo el último sol, era prácticamente abstracta, como en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y se transformó en un jinete que venía, o parecía venir, a la vivienda. Recabarren vio el sombrero, el poncho largo y obscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que al final frenó el galope y se aproximó al trote. A unas doscientas encallas se volvió. Recabarren no lo volvió a conocer, pero lo escuchó silbar, desarmar, amarrar su caballo al palenque y ingresar con solidez a la pulpería. Sin separar la visión del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro ha dicho con tiernicidad: «Ahora sabía, señor, que podía tener usted». El otro, con voz áspera, respondió: «Y yo contigo, moreno». Varios días te hice aguardar, pero aquí estoy. Había silencio. Al final, el negro respondió: «Me estoy habituando a aguardar». Aguardé siete años. El otro explicó sin prisas: —Estuve mucho más de siete años sin ver a mis hijos. Los conocí ese día y no deseaba mostrarme como un hombre que anda apuñalando. «Ahora me ocupé de eso», ha dicho el hombre negro. Quisiera que los poseas sanos. El extraño, que se encontraba sentado en el mostrador, se rió de buen grado. Solicitó una cerveza y la gozó sin finalizar. “Les di buenos consejos”, declaró, “que jamás duelen y no cuestan nada. Les dije, entre otras muchas cosas, que el hombre no debe verter sangre de hombre. Un acorde retardado antecedió a la contestación de Black: «Lo logró bien». A fin de que no se simulen a nosotros. -Por lo menos para mí -ha dicho el forastero, y añadió como pensando en voz alta- Mi destino ha amado que mate, y en este momento, de nuevo, me pone el cuchillo en la mano. El negro, tal y como si no lo hubiese oído, comentó: —Con el otoño los días se acortan. -La luz que me queda me basta -respondió el otro levantándose. Se enderezó en oposición al negro y ha dicho tal y como si estuviese fatigado: «Deja la guitarra en paz, que el día de hoy te espera otra lección de contrapunto». Los 2 se dirigieron a la puerta. El negro, al irse, susurró: «Quizás me fue tan mal en este como en el primero». El otro respondió serio: «No estuviste mal en la primera». Lo que pasó es que estabas ansioso por venir a segunda. Se distanciaron de las viviendas, caminando de la mano. Un espacio en la llanura era como otro y la luna relucía. De súbito se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las espuelas. Ahora tenían el poncho en los antebrazos en el momento en que el negro ha dicho: «Deseo preguntarte algo antes que nos arresten». Que ponga su valor y capacidad en esta asamblea, como lo logró hace siete años en el momento en que mató a mi hermano. Quizás por vez primera en su diálogo, Martín Fierro escuchó odio. Su sangre se sentía como una espuela. Se entrelazaron y el afilado acero rasguñó y marcó la cara del negro. Hay un instante de la tarde en que el liso está a puntito de decir algo; jamás lo afirma o quizás lo afirma constantemente y no lo comprendemos, o lo comprendemos pero es intraducible como la música… Desde su cuna, Recabarren vio el desenlace. Una embestida y el negro reculó, perdió la estabilidad, fingió un golpe de hacha en la cara y se enderezó con una estocada profunda que se hundió en el vientre. Entonces vino otro que el tendero no supo cerrar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía contemplar su afanosa agonía. Limpió el cuchillo lleno de sangre en la yerba y caminó poco a poco hacia las viviendas, sin ver atrás. En el momento en que acabó la obra de su justicia, por el momento no era absolutamente nadie. Mucho más bien, era el otro: no tenía destino en la tierra y había matado a un hombre.

Por último, el hierro

Por Silvio Stefanelli*

En El desarrollo de lectura (1972), Wolfgang Iser apunta que “la obra del arte es la constitución del artículo en la conciencia del lector. En este sentido Martín Fierro es una obra completa en nuestro imaginario mediante las distintas lecturas que pudimos efectuar en todo el tiempo. A poco mucho más de un siglo de la publicación del poema de Hernández, en Ficciones de Borges (1945) asistimos a un rencuentro con su personaje principal al que es requisito regresar.

10 comentarios en «Cómo muere Martín Fierro en el fin»

    1. ¡Totalmente de acuerdo! El final de Martín Fierro me dejó sin palabras. Esas vueltas de tuerca inesperadas son las que hacen que una obra sea memorable. Definitivamente, un final que nadie se esperaba. ¡Increíble!

    1. ¡Definitivamente un misterio intrigante! Pero no creo que el hierro esconda un secreto. Martín Fierro simplemente simboliza el sacrificio y la lucha del gaucho argentino. No hay que buscarle más vueltas. 🤷‍♀️

    1. El final de Martín Fierro fue impactante y el hierro dejó una gran impresión. Personalmente, me pareció un giro sorprendente y emocionante. ¿Y ustedes? ¡Compartan sus opiniones!

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