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Cómo se llaman las escaleras que van pegadas ala pared

Para mí la guerra acabó ese día de noviembre en el momento en que llamó mi hija. Yo se encontraba en el rancho. Juana llamó. Me sorprendió, como siempre y en todo momento, escucharlo, tan lejos y tan claro. Habíamos hablado hace unos días, conque me chocó mucho más. Mamá, me ha dicho. Franco termina de fallecer. Empaca tus maletas. Te nos encontramos aguardando… La llamada fue como un telegrama. Se expresó en concepto de telegrama. Juana se encontraba inquieta. Todo relajado, eso sí. Todo relajado. En el momento en que colgué el teléfono, me congelé. Había llegado el instante, el período que me había fijado se había cumplido, el período que demandaba respeto a mi hija. El objetivo del destierro. El regreso y asimismo la despedida de México, la mitad de mi vida. Los amigos llamaron inmediatamente desde la Localidad de México. Estaban excitados. Ciertos reían, otros lloraban. Brindaron con champagne por los 40 años perdidos. por su exilio. Por los que fallecieron. no se encontraba feliz Bastante tarde. No me sentía con fuerzas para ofrecer por Ezequiel, mi marido tiroteado el 18 de julio, por nuestros sueños rotos, por mi vida corta. Era el 20 de noviembre y unos días antes de mi setenta y un cumpleaños. Comprobar los recuerdos es como tirar de un hilo de una pelota. La vida es como un ovillo de lana bien enrollado, apretado y redondo. Buscas el desenlace del hilo oculto, el de abajo. El que sueltas para mostrarse en el final. Tomas ese radical y tiras, y los primeros bucles se despliegan delicadamente, los que una vez formaron el corazón de la pelota. Tiras y tiras. El hilo se desliza entre tus dedos, se desliza áspero o sedoso, es dependiente de su calidad. Entonces la vida misma. Me agrada tirar del hilo, y cuantas ocasiones me canso, agoto y abandono. Otros, no sé de qué forma salir. Me genera una ensaltación particular sentir el roce de lo vivido entre mis dedos. Estas variaciones en el efecto de los recuerdos dependen de varias cosas, aun del día que sea. Con sol todo se ve diferente. El sol reluce y el hilo corre sin sentir, ahí van los instantes contentos, brincan juguetonamente, ríen entre los dedos. Pero entonces están los días nubosos, los cielos amenazantes, la lluvia persistente y monótona, que te aísla de todo el mundo y te empuja hacia el último rincón, el mucho más resguardado de la vivienda. En esos días, el hilo se desprende de los dedos y queda allí, descuidado, responsable de las sombras del pasado. Detenido en un nudo de lana o atrapado en un espacio bien difícil de contar. En estas oportunidades me muevo por la vivienda, voy a la cocina, reviso los víveres que están a puntito de agotarse. Hago listas para la tienda. Ordeno los cajones de la cómoda, tropezón con la pelota de Crazy. Se lo tiro, él corre tras él, me lo trae, lo tomo y lo tiro nuevamente. Yo sonrío. La pelota está dejada cerca del sillón, en un costurero imaginario que en algún momento tuve. El teléfono suena. Suena la mayoria de las veces a exactamente la misma hora, sobre las seis. Esta hora marca una brecha entre ámbas unas partes de la vida día tras día de mi hija. Marca el desenlace de la jornada de trabajo y el comienzo de la noche, en el momento en que tiene planeado ayudar a un concierto, una asamblea, una charla. Acontecimientos que entonces tienen la posibilidad de alcanzar a horas de charla, discusión o proyectos con colegas. Ellos, Juana y su marido, tienen que formar parte en todo lo que pasa. Hay que estar informados, alerta, aguardar la posibilidad de accionar, recibir y también interpretar órdenes, admitirlas, rechazarlas, argumentar… Madre, nos encontramos en el centro de este enorme cambio histórico. Debemos ayudar. Es muy simple criticar sin llevar a cabo nada. Debes comprometerte. Taburete y trato de persuadirme de que llevan razón. Vuelvo en el tiempo a esos años nuestros, a esa España que viví de joven, antes que el exilio me transformara en un espectro. Entonces todo era diferente, me digo. Mi vida era realmente simple. Tenía que ver con sacar adelante, con nuestro esfuerzo, a un puñado de personas que estaban cerca nuestro y nos precisaban. Tu padre y yo nos perdimos en los pueblos, Juana. Peleando contra la ignorancia, el abandono y la injusticia. Educar a los pequeños a leer ahora los mayores a meditar por sí solos… Juana llamó a las seis, como todos y cada uno de los días. ¿Qué hiciste el día de hoy mamá? ¿Precisa algo? No necesito nada. Es primavera. La lluvia paró. El sol sale un instante antes de comenzar el retiro. Próximamente las sombras descenderán sobre el jardín, sobre la calle discreta. Los coches empezarán a regresar. Oiré el portazo de las puertas del estacionamiento cayendo. Entonces el silencio. Los vecinos están ahí. Se encendieron las luces que alumbran una esquina de mi jardín a la derecha. Los otros, los que viven a mi izquierda, llegan después. No dan luz al balcón. Bajan la persiana y se encierran hasta el día después. No van salvo los viernes. Los dos son médicos; Han de estar cansados. Tienen 2 hijos mayores que no viven aquí. Tengo temor. Supuestamente, temor. El que jamás tuve. Pero esto por el momento no es un temor a los riesgos reales. Es el temor por la noche, a la obscuridad. Temor a la soledad. Pues lo cierto es que sola, prácticamente jamás había vivido. Doy veinte vueltas antes de acostarme, sendero por la vivienda, exploro. La planta baja es simple. El salón, el dormitorio de Juana y Sergio, su baño, su salón. ¿Cuánto tiempo pasó desde el instante en que pasaron la noche aquí? Al comienzo eran solo promesas. Mira, en el momento en que llegue el buen tiempo, no nos vas a echar de aquí. Los últimos días de la semana, vacaciones cortas. Entonces nada. ¿Pero qué últimos días de la semana si no paran? En ocasiones, un mitin aquí o una charla allí. La habitación siempre y en todo momento está vacía. Una observación: todo en orden, todo en silencio. Entonces debo ver cerca del dormitorio de atrás, el lavadero, la ducha, el lavadero. La despensa, la cocina y ahora está. En este momento toca subir, por el hecho de que a esta hora estoy fatigada. El suelo. Mi cuarto, el de Miguel, el de convidados. los baños En el momento en que todo está en orden y me enfrento a la soledad de la noche, el temor se apropia de mí. El que no tuve en Guinea. El que no tuve en ese pueblo minero a lo largo de la revolución de 1934. El que no tuve a lo largo de la guerra, ni después en México. Temor a los espectros de la soledad… El viento golpea los cristales, sacude las ramas de los árboles, silba por los resquicios de las persianas. El perro agudiza las orejas en el momento en que me oye moverme alterado en cama. Simple, orate. El perro. Quién me iba a decir que en el final iba a charlar con un perro. Fue iniciativa de mi nieto, un obsequio de Miguel. Mamá, ha dicho Juana, de qué forma estarías si te diese el perro… Y es cierto. Jamás deseé tener gatos o pájaros en la vivienda. De todas maneras, cambió. Siempre y en todo momento somos exactamente los mismos y al tiempo cambiamos en los datos. Se cambian las vistas. Y aprendes. Aprendes hasta el último día de tu vida, estoy persuadida. La noche es extendida, pero en este momento, en primavera, se puede observar como van medrando los días. Amanecer próximamente. Y con la primera línea de luz atravesando la persiana, los riesgos terminaron. La luz del día es mi salvación. La noche es extendida en el momento en que no tienes a absolutamente nadie a quien proteger. Un niño, por pequeño que sea, te hace olvidar el temor. Pero en el momento en que absolutamente nadie te precisa, empieza la soledad. Y el temor a la soledad. Ayer de noche soñé con Octavio. Uno de esos sueños que llamo sentimentales, pues no solo se muestran imágenes aproximadamente visibles de personas y cosas, sino más bien asimismo sentimientos. Tienden a ser sentimientos teñidos de tristeza o angustia que no desaparecen al despertar. Al revés, me arrastran todo el día meciéndome en una melancolía asoladora. Solo la improbable llamada de Miguel ha podido eliminar los efectos del sueño. La voz alegre que me conmueve: Gabriela, acabo de llegar, te veo, te digo, ¡qué viaje! Prepárate… La voz de Miguel, la visita de Miguel. Me miro al espéculo, me arreglo el pelo, me muerdo los labios a fin de que tengan color. Mi nieto Miguel… Ya que ayer por la noche soñé con Octavio y soñé con México. Éramos 4, Octavio y yo con Juana, mi hija, y Merceditas, la hija de Octavio. Ámbas eran pequeñas y estaban un tanto distanciadas, del otro lado de la habitación que, como acostumbra pasar en los sueños, era la habitación de la Granja pero al unísono tenía muebles, rincones de la habitación de esa casa que Octavio Jamás supe. Todos estábamos en silencio. Octavio me había tomado la mano y afirmaba en voz baja: Jamás te voy a dejar ir. Parecía triste y agotado como acostumbraba a verse en el momento en que comenzaba a enfermarse. No en el momento en que nuestras hijas eran pequeñas como en el sueño, sino más bien en el momento en que eran mayores. Juana estudiaba en La capital de españa y Merceditas tenía novio. No dije nada, pero sostuve mi mano en la de ella, sentí su calor levemente febril, su rápida presión. En el sueño reviví ese contacto de piel y la seguridad que me transmitía ese contacto. El día de hoy no vino Antonia, la criada, y yo no crucé palabra con absolutamente nadie. Orate me prosigue por la vivienda, pero raras veces le hablo. le cuento historias en silencio; Me vuelvo hacia él, lo acaricio mientras que lo recuerdo. Pienso que me entiende, siente mi estado anímico en el ritmo de mis movimientos. Si me muevo de manera fuerte es por el hecho de que dormí bien o pues hace sol o por el hecho de que llama Miguel. Llevo el teléfono a mi oreja grande y pilosa y Miguel charla y Crazy solo me mira y gruñe delicadamente mientras que desplaza la cola. En los días pesados, en el momento en que me levanto tarde y me desplomo en mi silla para leer o reposar la siesta, Crazy suspira y se acuesta junto a mí, aguardando que le preste atención. En estos días bajos es en el momento en que suelo charlar con él enserio. Hablo con él pues pienso que mi tristeza lo pone inquieto y precisa comprender que no pasa nada, que todo está bien, que nos encontramos seguros en nuestra guarida, apartados de todo el mundo, pero vivos y contentos. De a poco nos marchamos habituando a esta novedosa soledad. Les conté en el momento en que, hace un par de años, eligieron mudarse de casa. Haz cuanto quieras, pero no me voy a ir de aquí. Mamá, no seas cabezota. Si vieses ese piso, te volverías desquiciado. Un dúplex con jardín, recuerda. En esa región fantástica, apacible pero al unísono en el centro. Arriba tienes tu dormitorio, o mucho más bien tu suite, con tu baño, tu vestidor, en oposición al de Miguel. Poseemos un magnífico apartamento para nosotros solos abajo. Por una parte, los salones y nuestra región, y por otra parte, la cocina y región de servicio. ¿Te imaginas lo que es vivir juntos y al tiempo de manera sin dependencia? No, les dije, no deseo irme. Juana miró a su marido y se encogió de hombros. Sé que soy bien difícil y mi actitud es seca, pero hay un punto de venganza por su abandono y un haragán deseo de relativa independencia en esta reacción. Era diferente en el momento en que vivían aquí. Todos pasaron el día en la localidad, pero al caer la noche les volví a recibir y fueron horas profundas de convivencia y proximidad. Aun si volvían tarde, sabía que llegarían y que todos nosotros tendría su día sin entorpecer con el día del resto. Por otra parte, me encariñé con esta casa, con este vecindario que guarda las viviendas de hace cincuenta años, en el momento en que era realmente un pueblo. Si hace buen tiempo, cierro la puerta, tomo la llave y salgo a caminar. A la derecha hay un avance moderno, el nuestro. Las viviendas son todas y cada una iguales, las bicicletas de los pequeños descuidadas en la entrada, los coches en la mitad de la rampa, sin decidirse a ingresar. A la izquierda, en la parte vieja, las viviendas no son iguales entre sí. Hay viviendas enormes, villas con extensos jardines, fuentes de mármol, árboles frondosos de gruesos leños. Y otras pequeñas, de solo una planta adosadas al suelo. En una calle próxima, una villa cercada por una torre y coronada por un jardín descuidado luce por su tamaño y esplendor miserable. El nombre está engastado en la pared, en cerámica blanca con letras doradas: El Paraíso. Al pasar, una sombra sube a la torre. Allí vive, según Antonia, un hombre mayor. Aparentemente, es un solitario. Como yo. Jamás había vivido en La capital española. Además de esto, no conocía La capital de españa. En el momento en que me recogieron en el campo de aviación, me quedé impresionado. No había soñado tanto movimiento, tanta luz y esplendor. Llegué a tiempo para Navidad. Juana me llevó a todos los lugares, compras, museos. Miguel había cambiado bastante. No lo había visto en tres años. Tenía catorce años en el momento en que me lo sacaron y terminaba de cumplir diecisiete. Prominente, con otra voz, con otra soltura en la charla. Pero exactamente los mismos ojos risueños, exactamente la misma tiernicidad en la boca. El me miró y sonrió. ¿No me has olvidado, Miguel? No, ha dicho, pero me miró con mucha atención, intentando de rememorar sus años de niñez en México, en el momento en que sus progenitores viajaban por todo el país y los 2 nos quedábamos en la Hacienda. Antídotos todavía me asistió bastante, se encontraba tan preparada para realizar cualquier cosa, tan bien informada sobre todos y cada uno de los entresijos de la vida en la vivienda. Uy mi mexicanito, ha dicho, mi hijo es como yo, mitad de allí, mitad de aquí. Que gloria, Doña Gabriela, enseñando letras a su nieto, usted que asoló con muchos pequeños en su tierra y muchos indios aquí… Pues proseguí sosteniendo la escuela que un día abrí en la Granja, para indios, recién en matrimonio a Octavio. Yo se encontraba al cargo de supervisar y supervisar las clases y los programas, pero desde el momento en que Merceditas se mudó a la localidad, novedosas personas me asistieron. Fue un mal instante para nuestras relaciones familiares. Un día la novedad llegó como un bombazo: Juana y Alejandro, mi yerno, el padre de Miguel, se iban a dividir. Por qué razón, por qué razón, me preguntaba en todo momento. Te explico todo en el momento en que llegue, me ha dicho Juana. Por el momento, no le afirmes al niño. Me llamaba desde Costa Rica pero tardaría una semana en responder. En el momento en que apareció sola, mi planeta se desmoronó. Siempre y en todo momento pensé que volverían, que todo estaría bien. Pero no fue de esta forma. Juana aguardó mucho más de un año, pensando exactamente en qué haría con su historia, y en 1972 partió hacia España. Tan rápido como empacó sus cosas allí, fue a la finca a buscar al niño. Me lo quitaste, le digo en el momento en que charlamos de eso. Y Juana está colérica, ¿qué deseabas que hiciese, madre? No podría establecerme en España sin el niño. ¿Por qué razón no viniste con nosotros si te costó tanto separarte de él? No me fui. Faltaban tres años para la desaparición de Franco, hecho que se había transformado en misión inalcanzable para bastantes asilados. Tonto gol, afirmaban ciertos. No hay período que no se logre cumplir, dije. Esa muerte era un símbolo, una venganza personal. Para mí asimismo significó la restauración de Miguel. Al comienzo, en el momento en que llegué, todos vivíamos aquí, en esta casa. Mi nieto, mi hija con su nuevo marido y yo. El nuevo marido era un viejo novio, Sergio, el primero y aparentemente el más esencial de los amores de Juana. El que un día cedió a la intransigencia de su madre y cortó la relación con Juana, que había sido intensa, íntima y total. No me preocupaba el aspecto ética de la historia, si bien Juana pensaba lo opuesto. Pero me preocupaba el mal de Juana, el daño que le había hecho a Juana y la marca que le dejaría la experiencia. Veinte años después pude revisar que la marca era indeleble. No me arrepiento de haber vuelto, eso seguro. Pero los comentarios me han avejentado. Lo siento, lo siento en mi cuerpo. En unos años, me transformé en una anciana. Estupideces, mamá, afirma Juana. Te veo mejor que jamás. Mira tu piel y lo ágil que eres… Todo eso es verdad, pero la clave es otra. Me transformé en un ser inútil. En ocasiones me coloco a leer los avisos de los diarios a conocer si acercamiento algo de esta forma: Se precisa alguien con experiencia para trabajar con pequeños destacables, bien difíciles y dejados. Mamá, eso sería terminar en la parroquia de turno realizando caridad. Sal, muévete, inscríbete en un curso de arte o jardinería. Muchas mujeres hacen esto en el momento en que sus hijos medran y no tienen pretensiones materiales… ¿Cuándo medran sus hijos? Juana, te refieres a en el momento en que medren los nietos… El último día que Miguel vino a verme me explicó sus proyectos. Hace un par de años, en el momento en que llegué, él se encontraba finalizando la secundaria. En este momento está en la facultad, pero semeja que no desea seguir con biología. No quiere ocuparse a investigar la vida de los anfibios, como aseveró. Me aburro, afirma, es todo pequeño y ajustado. Deseo vivir libre y viajar por países, saber gente y comprenderla, ¿sabes? Viajar por la tierra y ayudar en algo que deba ver con la naturaleza, su conocimiento, su conservación… Desea realizar un curso de microfotografía, y después ayudar en una editorial o en una aceptable gaceta. Y viaja, Gabriela, revela países lejanos. Te llevo, ahora vas a ver. Cualquier día vamos a dar la vuelta al planeta juntos… En el momento en que hablo de Guinea y le cuento lo que significó para mí la escuela que tuve allí, noto que me mira con determinada admiración. Es lo que mucho más valoro de mi biografía. La charla sobre tu futuro fue hace quince días. En este momento recorre la Sierra de Cazorla con unos amigos, en una tienda de campaña. En el momento en que vuelva, lo voy a invitar a comer, él solo, pues no hay ninguna persona que logre reparar fecha y hora para Juana y Sergio. Desde la chimenea reluce el árbol de la vida. Está iluminado por un haz de luz del techo, si bien de todos modos el proyector está designado a alumbrar un cuadro que cuelga mucho más prominente, sobre la última rama del árbol de cerámica. El cuadro es obscuro, un retrato anónimo en sienas, amarillos y tierras. La pintura se quedó aquí. No pienses que contamos mucha pared libre en la vivienda novedosa, ha dicho Juana. No reflexionaron en llevarse el árbol. Se lo traje en el momento en que llegué. Creí que era un pedazo de México. Gracias mamá, pero ¿sabías que están aquí, en varias tiendas que importan artesanías estadounidense? Conque me quedé con él. Me recuerda las expresiones de mi madre: Con algo de tierra para echar raíces, con algo de lluvia y algo de sol, el árbol de la vida vive, es imposible mustiar. Mi madre, qué recóndita y lejana. En ocasiones me hago una pregunta: ¿existió esto en algún momento? ¿En algún momento fui una pequeña y tuve una madre? Tras múltiples días de lluvia, el día de hoy sale el sol. Reluce intensamente y en este momento, a las 12 de la mañana, hace calor. Abro la puerta del jardín. Hay que gozar de los fotones del sol del mediodía. No me percaté de que las mimosas están en flor. Ramas cargadas de pequeñas flores compactas, acumuladas en bolas amarillas, se asoman sobre las paredes de ladrillo. De lejos huele a lilas. Lilas y violetas de mi niñez: llegó la primavera. Me coloco un chal rápido sobre los hombros; en vestido de lana lila y blanco. Paso en frente de El Paraíso. Todas y cada una de las ventanas están abiertas. Bajo la coronación de la torre hay un trozo de muro delimitado por curvas, un muro pantalla tachonado de cristales de colores con los que reluce el sol. En El Paraíso asimismo hay lilas. Pero no veo el árbol. Lo que ves es una palmera. La palmera, exactamente en el medio, y el alminar policromado me recuerdan una foto de un pueblo de la Costa Azul que vi en un libro de Octavio. Cualquier día lo vamos a hacer, Gabriela. La Costa Azul es un paraíso… Un haragán ensueño empieza a perturbar mi caminar. Me detengo y respiro intensamente el aire limpio y caluroso de la primavera. Vámonos a casa, desquiciado. Almorcemos al sol. Mañana puede llover y el día de hoy se terminó el recorrido, este fragancia, estas ganas de respirar, de caminar, de estirar los brazos al sol. Esta alegría…

Poner una alfombra

Diseño y fotografía RedHead puede Personalizar | Instagram @Redheadcandecorate

Escaleras rectas

Puede ser un tramo o 2 tramos. Va a depender de la altura del segundo piso y si se precisa un rellano en el medio.

Para poner esta clase de escaleras se precisará mucho más espacio rectilíneo, en tanto que lo habitual es que ocupen un mínimo de 4 metros en sentido longitudinal.

Escalones o peldaños

Los escalones dejan bajar o subir el desnivel que existe, que puede ser de mármol, madera, hierro, etcétera.

Hay 2 elementos que conforman un paso:

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