La Monarquía deja la independencia. El sustituto o príncipe heredero, como su padre o familiar el rey, no puede ser usado por los políticos, ya que debe su condición a la naturaleza; lo nombran desde su nacimiento y la nación lo conoce como tal, machacando luchas de poder en la cúspide.
Isabel II no es solo la Reina del Reino Unido. ¿Exactamente en qué otros países es el monarca jefe de estado y qué responsabilidades tiene? Angriff nos pregunta con la colaboración de nuestro formulario de explicación EOM.
Isabel II muestra el título de Reina del Reino Unido ya hace sesenta y ocho años, lo que la transforma en la monarca mucho más longeva de la narración de este país. No obstante, en el momento en que ascendió al trono tras la desaparición de su padre, Jorge VI, en 1952, no solamente se transformó en reina del Reino Unido, sino más bien asimismo de otros quince países de todo el mundo.
Monarquía y república
La monarquía, como forma de gobierno, se enfrenta a la república. Una república es un sistema en el que el estado está gobernado por un conjunto de individuos, que actúan representando a los ciudadanos. Su fundamento es el principio de que el poder radica en el pueblo.
En una república, las autoridades son nombradas por voto habitual (en la situacion de repúblicas democráticas) o por otros sistemas de designación que no estén relacionados con la nobleza de sangre o derecho divino. Esto no significa que en una república logre haber maneras de autoritarismo, como sucede en las repúblicas islámicas o en varias repúblicas socialistas.
Todo lo mencionado, se puede decir, es historia vieja. La monarquía tiene la posibilidad de tener una historia excepcionalmente fea, pero en este momento, aun si nos paramos a decir que la realeza “no posee” poder político, el papel que desempeñan es en buena medida simbólico. Hitchens de nuevo da una visión útil aquí. «Lo que no incluye lo consuetudinario, lo tribal, lo ritual y lo conmemorativo», redacta, «es una definición sin ningún sentido de la vida ‘política’ de una nación».
Para comprender su criterio, pensemos en las polémicas de hace unos años en USA sobre la retirada de las esculturas confederadas. Centrarse bastante en cuestiones únicamente simbólicas puede ser una distracción inútil, pero es claramente obsceno obligar a los descendientes de personas esclavizadas a confrontar a esculturas colosales que honran a monstruos en pos de la esclavitud como Robert Y también. Lee. En la medida en que el papel de la familia real es únicamente simbólico, debemos cuestionarnos qué representa y si es un símbolo que una sociedad democrática del siglo XXI debería proteger.
Algo que representa es toda la historia que Loconte torpemente trata de encubrir (ciertos capítulos bastante recientes). La últimamente fallecida reina Isabel II, por servirnos de un ejemplo, dio una Orden del Imperio Británico a los soldados que realizaron la matanza del Domingo Sanguinolento en Irlanda. Y si la historia fuera todo cuanto representa la monarquía, eso ahora los transformaría en ediciones vivas muy caras de las esculturas confederadas que meritan ser derruidas.