Ahora masculino es el término para referirse a un hombre, al tiempo que barón tiene relación a un título nobiliario. Según la Real Academia De españa (RAE), barón es un «título de dignidad, de mayor o menor preeminencia, según los diferentes países».
Las dos formas son adecuadas. Barón se refiere al título nobiliario usado en múltiples países: El barón piloteó el avión de manera imprudente. Hombre tiene relación a un individuo masculina: en la escuela de ingeniería hay mucho más hombres que mujeres.
Son homófonos, o sea, se pronuncian igual pero tienen significados distintas.
¿Cuándo se utiliza cada uno de ellos?
- Barón. Es un substantivo común que destina a un individuo con título nobiliario que se acostumbra dar en Europa y que está bajo el vizconde, tal como a cualquier persona que tenga un enorme poder en un partido, una institución, etcétera. Por servirnos de un ejemplo: Recibió el título de barón en una liturgia inolvidable.
- Hombre. Es un substantivo común que tiene relación a un individuo de sexo masculino o que llegó a la edad avanzada, y asimismo puede designar a un hombre de respeto y autoridad. Por poner un ejemplo: Hallaron ropa de hombre en la vivienda, pero no sabían de quién era.
- El barón efectuó un viaje diplomático a múltiples países de europa.
- El hombre tiene méritos suficientes para ser barón.
- El Barón no sabía qué destino le aguardaba.
- Jamás un barón se había comportado de esta manera en la Corte.
- Su Majestad presentó al barón y empezó la audiencia.
- El barón tenía popularidad de ser el mucho más despiadado de toda la zona.
- El Barón y su familia van a preparar una comida para sus familiares.
- El femenino de “barón” es “baronesa”.
- Todos y cada uno de los componentes prosiguen literalmente las normas del barón del partido.
- La corona de barón tiene sus particularidades.
¿Cuándo emplear «barón»?
En el momento en que como substantivo, significa:
- Un individuo con un título de nobleza inferior al vizconde: De manera oficial, recibió el título de baronet por sus contribuciones históricas.
- Persona influyente y vigorosa en el campo político, institucional o empresarial: Carlos es el barón del partido. Indudablemente va a ganar las selecciones.
- De forma coloquial, en Honduras se le llama de este modo a un género de transporte (camión amoldado) para transportar usuarios: El barón se encontraba lleno en el momento en que pasó la parada.
El quid de la cuestión es este: tratándose de filetes, los hombres jamás han encontrado, en concepto de dignidad, como forma de tener relaciones con las mujeres, un modelo que pase la masculinidad caballeresca.
Existen muchos hombres. Lo que era prácticamente subterráneo es la masculinidad. Lo que es como decir que la masonería o la afición al backgammon se han vuelto extrañas. Hablamos de valores y de un código de conducta –una especialidad, afirmemos, en el sentido de que el zen es una especialidad– relacionado a un género sexual, pero de forma cuestionable, que no omite la oportunidad de trascenderlo. El día de hoy, en un país como España, que siempre y en todo momento llega tarde a la modernidad y en el momento en que llega atraviesa tres pueblos, evocar los valores de la masculinidad es anatema. Es el país con la tasa de crueldad de género mucho más alta de Europa, pero ¡uy de esos que emplean una expresión como actuar como un hombre en la televisión! Cose la espalda de tu mujer con cinturones de ida y vuelta, pero ¡uy de quien pretenda en las páginas de un periódico o desde un banco en el parlamento un acto gallardo! Es verdad que los valores de la masculinidad se formaron cerca del siglo XII en la corte de Leonor de Aquitania, en parte como compensación a las mujeres por su condición de subordinadas. Una vez resuelta esa condición, ¿tiene sentido continuar acercándoles la silla en el lugar de comidas? Problema que se refleja en los modelos de hombres que constelan el cielo de Occidente. En España, en la cima del Everest de la corrección política, reina Mariano Rajoy, ese hombre tan arriesgado sexualmente como Playmobil y prácticamente tan profundo. A la derecha veo la cabeza rasurada de Arturo Pérez-Reverte, quien de broma representa al último hombre que se hundió con el Titanic por puro desprecio por los botes salvavidas. Como en Mad Men, en Pérez-Reverte la masculinidad está siempre y en todo momento relacionada al crepúsculo. El hombre de Pérez-Reverte no es hombre si no está en actitud de despedida. Está a puntito de transformarse en un espectro, un espectro que, a propósito, tiene la cara de Javier Bardem. ¿No semeja que Bardem siempre y en todo momento nos mira un tanto como de otro planeta? ¿No es su masculinidad pétrea algo que evoca sin decirlo el pasado, lo que no existe, lo que nos visita como un recuerdo obsesivo? ¿Quién mucho más podría haber interpretado al asesino en No Country For Old Men, mucho más muerte, condenación o fantasma que humano? La masculinidad en España es como el boom inmobiliario: grandioso, inolvidable, pasado.
Otros modelos, pero no tan diferentes, constelan la civilización argentina. Aquí siempre y en todo momento tuvimos un fuerte modelo a continuar, el padre castigador (pero al que hay que lealtad por el hecho de que es, al final de cuenta, el padre) que Perón inmortalizó. El día de hoy, los intérpretes del papel son desilusionantes, como los actores que, aparte de Marlon Brando, interpretan a Stanley Kowalski. Franco Macri (poquísimo aparente). Guillermo Moreno (realmente difícil). Néstor Kirchner (bastante fallecido). ¿Y la Chanta Querible, ese otro producto puro de esta tierra, cuyos orígenes se remontan a Estanislao del Campo? Don Héctor Cámpora, levántate de tu tumba; Isidoro Cañones, regreso a los quioscos; Guillermo Francella, no nos abandones. Dinos tu verdad, susúrranos nuevamente de qué manera ser hombres. ¿Y el niño que padece? Es el complemento preciso de Pai Punidor, y asimismo muy que se encuentra en nuestro imaginario. Roberto Arlt, que lloró por su rosa fallecida, fue el precursor. Charly García, el ángel joven que fue herido en el costado por la desaparición, encarnó a la modelo hasta recientemente, en el momento en que tuvo la mala iniciativa de subsistir y transformarse en adulto. El Canto Amoroso, el Padre Castigador y el Niño Sufriente tienen algo en común: su relación con la mujer es parasitaria. El modelo caballeresco los sitúa, eso sí, en un espacio subordinado, pero por lo menos las reglas son visibles, y el sexo hegemónico está obligado a continuar un recio código de conducta. Por contra, estos modelos posmodernos se nutren de su sangre de mujer de manera furtiva y sin límites. Chanta los saquea con una sonrisa. Perón finge venerar a Eva, la utiliza hasta matarla y después la sustituye. El Niño pide, sin ofrecer nada a cambio, solo por el hecho de que su herida se lo deja, que su mujer sea madre, enfermera, apasionado, sirvienta y animadora. Ninguno de estos modelos representa un nuevo acuerdo viable: son solo fintas, adaptadas a la novedosa asertividad femenina, para alargar la exploración de forma esconde en el momento en que ahora es imposible ejercerla abiertamente.