El gráfico de deseo es un modelo topológico que se organiza en vectores que representan cadenas importantes. Las líneas horizontales representan cadenas con función diacrónica que poseen su concepto hasta el último término; mucho más bien, señala un efecto retroactivo.
Por Elisa Buendía.
Ofrecemos esta ocasión a un tema primordial y profundo del psicoanálisis, el espectro. Enrique Cortés aborda este tema desde la visión lacaniana del «Gráfico del Deseo». ¿Qué es el Espectro? Sintetizando tal término abstracto, podríamos decir que es la escenificación del deseo del Otro y de los significantes principales. Centrándonos en el Gráfico del Deseo de Lacan, observamos que partimos de la etapa del Espéculo, y esto supone identificaciones con el Otro. El gráfico no exhibe tiempos cronológicos. En un comienzo, partimos de la iniciativa de que un bebé no es un sujeto, afirmemos que es un ser vivo. La madre, o cualquier humano que desempeñe el papel de madre, permitirá que ese ser se transforme en sujeto. La madre pone los significantes, define quién es ese ser y le da un espacio. El ser vivo tiene un encontronazo especial con el lenguaje, que dejará huellas. Esto quiere decir meterse en toda la carga cultural. La primera marca que el sujeto recibe del significante es el aspecto unario. El sujeto está fijado a una imagen i(a), es la identificación principal. En el Estádio do Espelho compiten 2 procesos que formarán el yo: el moi y el je. El je está compuesto por todas y cada una aquellas fabricantes que hacen que ese ser vivo se destaque, en cierta manera, en el planeta en que vive, proporcionándole satisfacción. La etapa de espéculo señala la mirada subrayada… que supone una imagen, que puede ser acústica, escópica,… los significantes se despliegan, tal y como si fuesen, imaginemos, perlas. En la etapa del Espéculo, la primera cosa que ve el niño es la imagen del otro, sin comprender que es él mismo. Asimismo mira a su madre, que mira a ese otro reflejado, por ende su madre desea otro. El otro de la fotografía es un contrincante. Lo que el niño mira entonces es el deseo de su madre, que mira al otro. En el momento en que el niño revela que el otro en el espéculo es él mismo, entonces se forma el moi. El moi viene a representar el hilo que une las perlas que conforman el je, organizando, dando orden y composición. Por consiguiente, es la imagen de otro i(a) lo que forma el moi(m). A fin de que este desarrollo ocurra, es requisito que haya un soporte, que se muestra por medio de un Otro terminado, estructurado y sostenido en su deseo (A), que debe ver con esta mirada de deseo. El Otro es un espacio que permite la articulación del moi. La composición subjetiva da un giro cerca de este Otro y los significantes de este Otro S(A). Este Otro terminado va a ser todo cuanto forma un espacio donde no hay nada del orden de la carencia, de la ley, de la madre, del lenguaje, de Dios… Existe la oportunidad de quedar atrapado en este circuito, donde el identificación del otro yo (el ) subyuga al sujeto. Está atrapada en el deseo del otro, de ser lo que desea la madre, debe ser ese otro. Para subir al segundo piso de la tabla, el deseo debe ingresar en juego. Entendemos que si hay demanda es pues hay escasez; el otro me demanda pues desea. Todas y cada una de las solicitudes son para, entendidas como objeto perdido y como vacío dejado por lo perdido. Lacan apunta el concepto de la falta del Otro S(A). El bebé siente una necesidad, por poner un ejemplo, siente apetito y llora con esta tensión, a eso que la madre responde. La pulsión es introducida por la madre, quien, como Otro indispensable, implanta la demanda pulsional: conviértete en ver, conviértete en oír, conviértete en cagar… El sujeto responde a la demanda del Otro a través del espectro.