Un principado es una manera de gobierno donde el jefe de estado es un príncipe. Este modelo de gobierno fue común a lo largo de la Edad Media, del siglo XV al XVIII. Los principados eran, políticamente comentando, pequeñas zonas que dependían de la región medieval.
Si bien la mayor parte de los países árabes no reconocen a Israel debido al enfrentamiento palestino, varios de ellos sostienen una esencial relación informal con este país. Por consiguiente, el interrogante no era si algún país reconocería al Estado Hebreo, sino más bien cuál lo haría primero y cuándo. Esta jugada diplomática vino a través de un líder que hasta la actualidad pasaba inadvertido, Mohamed bin Zayed (MBZ), príncipe heredero y gobernante de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Desde su creación en 1948, Israel solo ha predeterminado relaciones oficiales con 2 países árabes: Egipto desde 1979 y Jordania desde 1994. Emiratos Árabes Unidos dio el paso en el mes de agosto de 2020, y le prosiguieron Baréin y Sudán, con lo que el total sube a cinco países árabes. admitir a Israel como un estado soberano.
Bin Zayed pasó años gestando la iniciativa de admitir a Israel. Según diplomáticos estadounidenses, en 2015 el príncipe sugirió un convenio de paz entre israelíes y palestinos. La normalización de las relaciones fué progresiva. Públicamente se hicieron movimientos como la participación este año de atletas israelíes en disputas en Emiratos o el aviso de la apertura de una enorme sinagoga en 2022 en el país. Off the record…
¿Debe la democracia tolerar a quienes desean destruirla? (Raymond Aron, Introducción a la Filosofía Política)
«El interrogante que aparece, en su forma mucho más fácil, es la próxima: ¿es verdad que la democracia, por principio, debe tolerar a quienes desean destruirla? ? ? Aquí está mi contestación: en un nivel rigurosamente teorético, ningún régimen se define por visto que no se protege. De este modo, la democracia no se define diciendo que cualquier persona que no desee un régimen de rivalidad pacífica puede llevar a cabo todo lo que resulta posible para destruirlo. El principio radica, por adelantado, en ordenar una rivalidad pacífica por el ejercicio del poder. Por definición, esta rivalidad pacífica se crea para esos que admiten las reglas. Desde el instante en que individuos o conjuntos aseguran que están contra el sistema, que son hostiles a él y desean destruirlo, los que admiten el sistema tienen todo el derecho a defenderse. Esto no es opuesto al comienzo democrático.
» La contrariedad está en otra sección: si no dejamos que los hombres sean libres desde el instante en que se oponen al sistema, si ofrecemos independencia solo a quienes lo adoran, vamos a caer en la fórmula: «Sin independencia a los contrincantes de la independencia”, fórmula que ofrece un despotismo integral representando a la independencia misma. Teóricamente, no hay contrariedad a fin de que los defensores del sistema democrático se defiendan. En la práctica es bien difícil, ya que no se conoce precisamente dónde detectar el límite desde el como la oposición es ilícita, esto es, el punto desde el como no se está en su derecho a formar parte en el certamen