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Qué país africano no pudo colonizar Italia

Los viajes de ocio, así como los comprendemos en la actualidad, son una actividad parcialmente reciente en la civilización occidental. Es verdad que en la Vieja Grecia existía la práctica de peregrinaciones religiosas y viajes a Olimpia para presenciar los Juegos. En Roma, las clases mucho más ricas se retiraron a la calma de los baños y al aislamiento de los pueblos ribereños. Más tarde, las peregrinaciones trasladarían masas de fieles a entornos religiosos como Roma, Santiago de Compostela o La Meca. En el siglo XVII nació el que puede considerarse el germen del turismo moderno: el Grand Tour, que consistía en viajes por Europa de jóvenes de clase media-alta inmediatamente antes de su paso definitivo a la edad avanzada. No obstante, no fue hasta el advenimiento de la Revolución Industrial que viajar se consagró como una actividad de forma directa relacionada al hedonismo de una burguesía nuevo ávida de vivencias exóticas contadas en varias novelas de Gustave Flaubert, François-René de Chateaubriand o Rudyard Kipling.

Con la Revolución Industrial se causó un vertiginoso incremento de la población mundial y una expansión sin precedentes del comercio nacional y también en todo el mundo. Esto, acompañado de la innovación en los medios de transporte y comunicación, dejó un incremento de las exportaciones fuera de Europa, lo que sostuvo estable la economía de las considerables potencias industriales. El África subsahariana fue prácticamente la única región de todo el mundo que no se vio perjudicada por la predominación comercial europea. Como mantenía Edward Saïd, el colonialismo fue propiamente una actividad comercial que acabó en una acción de ocupación que se materializaría con el reparto de la torta africana en la Charla de Berlín de 1885.

La paradójica historia de nuestro mundo logró que el conjunto de naciones que se identifica misma como la cuna del hombre, el día de hoy el mucho más desfavorecido. La Madre África atraviesa adversidades económicas, le cuesta subsistir y es dependiente de la caridad de las considerables potencias mundiales. Pero ella prosigue su sendero con orgullo, con la cabeza en prominente y un brillo en los ojos que no vas a encontrar en ningún otro sitio. Es la luz de la vida, el sol africano, el nacimiento de todo y de todos. Una luz anticuada que te contagia solamente pisar esa tierra de color rojo que es la sangre del conjunto de naciones. El pulmón son sus selvas, habitadas por las especies mucho más viejas y también increíbles del mundo. Pero el tesoro africano va alén de sus panoramas y animales. África es su gente.

El auténtico viajero hallará su grial en las aldeas, campos y ciudades africanas. Personas que todavía están en contacto incesante con la Madre Naturaleza, a quien respetan.

Deja de lado la fría, impersonal y aséptica vida tecnológica occidental y sumérgete en el origen de todo. África planteará retos físicos y sicológicos a su viaje, pero lo recompensará como ningún otro destino.

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