Correspondiente o relativo a la majestad.
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El llamado «lenguaje inclusivo» es de manera frecuente cuestionado por su carácter chirriante y arbitrario, sin percatarse de que sus inconvenientes frecuentemente van mucho más allí y su empleo convierte sencillos enunciados en paradojas dignas de un Zenón de Era. El pasado día, por servirnos de un ejemplo, hojeando un libro en la redacción de una librería, me hallé con esta expresión en la primera plana de un capítulo: «Nosotros y nosotras…». Mi entendimiento lectora quedó aprisionada por esta curiosa oración contraproducente. Con determinada molestia, pero sin violar la lógica imperfecta de los idiomas naturales, se puede decir «ellos y ellas» o «tú y tú»: un conjunto de hombres se yuxtapone a otro conjunto de mujeres. No sucede lo mismo con «nosotros y nosotros»: el concepto de la primera persona del plural no es yuxtaponer, sino más bien reunir o unificar. Duplicar el pronombre disjunta lo definido por definición. Resumiendo: no hay hablante en este cosmos que logre decir relevantemente «nosotros y nosotros» (una oración que debería pronunciarse, a propósito, al tiempo, salvo que fuera el extraño y majestuoso plural de un monarca intersexual). Si además de esto el conjunto es de 2 personas (por poner un ejemplo, una pareja de un hombre y una mujer que comunican a sus amigos: «mañana cenaremos al lugar de comidas que me recomendaste»), la paradoja es doble: cada uno se estaría refiriendo a un conjunto, en la situacion de solo una persona.