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Quién adoraba al sol

En la mitología de muchas etnias, el Sol era un dios; Fué venerado durante la historia en multitud de civilizaciones como la egipcia, mesopotámica, mexica, inca, china, de Japón, griega o en religiones como el hinduismo.

En la mitología griega, Helios, el sol, era encarnado como un precioso dios coronado por un halo refulgente, que conducía un carro que cruzaba el cielo todos y cada uno de los días en dirección este-oeste hasta hundirse en el océano, realizando su viaje de regreso durante la noche. Hesíodo, en su Teogonía, afirma que era hijo de los gigantes Hyperion y Thea, y por consiguiente hermano de Selene, la luna, y de Eos, la aurora. Píndaro, por su lado, afirma que Helios «crea rayos de luz penetrantes» y que los corceles que tiran de su carro escupen fuego. Homero afirma que Helios es panoptes, esto es, «todo lo ve». En el Libro VIII de la Odisea, cuenta que Afrodita, que se encontraba casada con Hefesto, se acostó en misterio con Labres, el dios de la guerra. Fue Hélio, «que todo lo ve», quien los descubrió y se lo contó a Hefesto, quien por su parte tendió una trampa a los amantes: los capturó instantaneamente con una muy fina red que tejió y les mostró, desnudos como estaban, a los otros dioses, que no lograron contener la risa.

En El banquete de los eruditos, Ateneo de Naucratis cuenta que al caer la noche, Hélio se subió a una enorme copa de oro donde viajó a la tierra de los etiopes, donde continuó hasta el día después. . No es de extrañar que Helios resultara estar relacionado con Apolo, el dios de la luz. Apolo asimismo fue representado con pelo rubio refulgente. Uno de sus apodos era Phoebus, «refulgente». La primera asociación entre los 2 dioses hace aparición en la catástrofe de Eurípides Faetón, en el momento en que Clymene, la madre de Faetón, lamenta que Helios, «a quien los hombres asimismo llaman Apolo», haya matado a su hijo. En extractos de pensadores como Parménides y Empédocles, o de escritores como Plutarco, asimismo se muestran los dos dioses relacionados.

Solsticio vernal

El 21 de junio marca el solsticio vernal, el día mucho más largo del año en el hemisferio norte, tras el como los días empiezan a acortarse.

En sitios como Stonehenge en el Reino Unido, los paganos festejan un festival de forma anual donde cantan himnos a la tierra y al cielo, y podría suponerse equivocadamente que el lugar cobijó prácticas druídicas a lo largo de cientos de años, pero de todos modos, el verano el culto a los druidas en Stonehenge data solo de 1905.

Los muiscas

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Quizás entre las etnias mucho más denotativas en lo que se refiere al culto al sol y la luna, todos oímos leyendas sobre la enorme Xué y la pálida Chía, 2 maridos que para esta cultura representaban el sol y la luna. luna respectivamente. Si bien no hay indicios, el templo mucho más grande popular de su culto se encontraba situado en Sogamoso y los muiscas pensaban que los zipas estaban vinculados a Xué, al tiempo que los zaques estaban relacionados con Chía. Merece la pena rememorar que los muiscas son una cultura indígena amerindia que habitó el altiplano andino (múltiples zonas de lo que el día de hoy es Colombia y otras unas partes de América del Sur).

Llamado Antü, Inti o Kran. Fue el enorme constructor, asegurador, gobernante de la lluvia y el tiempo. Su muerte, a lo largo de los eclipses, sembró el pavor. Todo lo mencionado fue el Sol para nuestros pueblos originarios y asimismo un espéculo de sí mismos.

Nuestros pueblos originarios siempre y en todo momento han mirado a las estrellas en pos de concepto. Wenu Mapu: es lo que los mapuche llaman “la tierra del cielo”, habitada por los dioses y morada determinante de los fallecidos. Un espacio donde las ánimas de los guerreros caídos en combate se transmutaban en truenos y relámpagos, bajo el dominio del Sol, dios del cielo, emblema inmortal y asegurador de quienes habitamos Ñuke Mapu, la Madre Tierra. Siempre y en todo momento con la mirada fija en el cielo, los primeros pueblos que habitaron nuestro territorio levantaron la mirada para ver —y también interpretar— los ciclos de las estrellas, la luna y el sol.

Fue esta mirada la que cautivó a Sonia Montecino, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, y la llevó a redactar, al lado de Catalina Infante, el libro La terra do Céu: lecturas de mitos chilenos sobre los cuerpos celestes. Apuntaron que los cuentos viejos de fenómenos galácticos y cuerpos celestes estaban infestados de interpretaciones antropomórficas.

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