Apolo era el enorme dios de la mitología griega, hermano gemelo de Artemisa y también hijo de Zeus y Leto. Apolo era el dios del sol, la luz y la claridad, la música y la poesía, la integridad y la estabilidad, al fin y al cabo, la hermosura con cabeza.
El origen del narcisismo
Y mientras que Eco se consumía en la desolación, Narciso proseguía con su historia mirándose el ombligo a falta de otra cosa que ver. Pero la diosa de la venganza no deja impunes a los amantes irrespetuosos y ahí se encontraba Némesis para poner a ese hombre en su sitio. Un día, Narciso se inclinó al lado de un lago para tomar agua. No ha podido saciar su sed pues en el reflejo del agua vio su precioso rostro.
Fue una auténtica pasión. Narciso se enamoró instantánea y perdidamente de su reflejo y se encontraba absorto en contemplarse a sí mismo, inútil de desplazarse, inútil de realizar otra cosa. De esta manera cariñosa y también intensa murió Narciso, cuyo cuerpo sin vida se convirtió en la flor que transporta su nombre. Y de esta manera brotó el primero de los varios narcisistas que pueblan el planeta.
Eros, el dios del Amor según múltiples autores
Platón, en «El Banquete o el Amor», muestra ciertas situaciones de sus contemporáneos sobre el Amor, por poner un ejemplo, Para Fedro es un Dios grande , aparte de otras causas, en tanto que no tuvo progenitores, siendo por su parte quien crea incontables recursos.
Pausanias, por su lado, asegura que habría 2 Dioses del Amor, como hay 2 Afroditas, una común pertinente a Afrodita Pandemos (la que sería hija de Zeus y Dione) y otra a Afrodita Urania con misiones mucho más altas.
La hermosura “cruciforme” de Dios
El siglo XX nos dio el enorme obsequio de 2 expepcionales teólogos, muy sensibles a la Hermosura de Dios: Karl Barth y Urs von Balthasar. Los dos explicaron la categoría bíblica de “gloria de Dios” como una manera de referirse a la Hermosura divina.
La hermosura divina es, para Karl Barth, brillante, radiante; precisa salir de sí para ofrecerse, donarse, ser disfrutada. En consecuencia, es plenitud para todos los otros seres, tal es así que si poseemos a Dios, nada nos falta (Sal 23). Confesamos en el Credo que Dios es “todopoderoso”, pero no debemos olvidar que este poder es eficiente “pues es bello”. Dios es «todopoderoso» por el hecho de que su hermosura nos conquista, nos cautiva, nos persuade, nos persuade. El poder de Dios es muy digno de ser amado pues su primordial característica -según Barth- es «ofrecer alegría y exitación, despertar el deseo». En el momento en que nuestro Dios se revela -tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento- crea espacios de tensión seductora, impresionante, cariñosa gracias a su Hermosura. De ahí que es tan persuasivo, tan convincente, tan deseable. Dios tiene una fuerza superior, un poder de atracción, que vence y vence. Dios es precioso, divinamente precioso, precioso a su forma, de una forma que es única para él, precioso como una hermosura inalcanzable. Dios nos quiere como Aquel que es digno de ser amado como Dios. O sea lo que deseamos decir en el momento en que mencionamos que Dios es precioso.