Las cucarachas tienen unos cuantos ojos compuestos, pero tienen mala vista, salvo que tienen la posibilidad de distinguir de forma fácil entre la luz y la obscuridad.
El 3 de agosto, poco antes que la oficina cerrara por vacaciones, se dieron a conocer múltiples cucarachas en la oficina de Alfredo Kauffman, un respetado letrado y entre los aconsejes legales mucho más pedidos de la región. Se vio una cucaracha cortando un rincón para hallar cobijo en una grieta en las tablas del piso. Se descubrieron 2 cucarachas mucho más copulando en el bote de basura. Una cuarta cucaracha levantó desafiante sus antenas en la bóveda sin que absolutamente nadie supiese de qué forma logró ingresar. Esa tarde Kauffman había ido a la oficina a agarrar unos papeles y contratar a una compañía que actuase sin complejos para utilizar la solución determinante a las cucarachas. «¿Ratas?» ¿De dónde sacaste que en mi oficina probablemente halla ratones? exclamó el letrado. Su corbata se encontraba aflojada. En el teléfono la voz insistió y el letrado respondió. -Cucarachas. Algo que aniquila las cucarachas. Su interlocutor tomó nota y el letrado dictó su dirección y número de oficina. era urgente No precisaba ofrecer explicaciones. Solo los precisaba para terminar con ellos. En el otro radical de la línea, la voz aseguraba la mayor efectividad. Solo entonces el letrado quedó satisfecho. Colgó el teléfono y estiró las piernas. Nada le impidió salir de la oficina y empezar sus vacaciones. Nada se encontraba en contra, y pensaba en ello en el momento en que un visitante inesperado lo interrumpió. -¿Como puedo asistirlo? le ha dicho al extraño que lo observaba en silencio. El visitante se aclaró la garganta. Dobló su pecho sin dejar caer la billetera que mantenía con las dos manos. Estiró el cuello, intentando encontrar la máxima confidencialidad. «¿Es usted el letrado Alfredo Kauffman?» preguntó con precaución. «Lo afirma en el letrero de la entrada». -De hecho. ¿Eres Alfredo Kauffman? -En persona. «Aguardaba que uno de tus asociados me viese», ha dicho el hombre con feroz ironía, viendo las cucarachas que volaban a su alrededor. -¿Como puedo asistirlo? repitió el letrado, sintiéndose lanzado por las cucarachas del destino. El hombre volvió a ponerse de rodillas. Era un individuo pequeña de hombros estrechos, nariz extendida y bigote puntiagudo. Sus ojos eran redondos, reluciendo como platos y de un blanco frío. Parecía tener mucho más de cincuenta años, y nada en él, salvo el traje bien entallado y el anillo de oro que relucía en su dedo, traicionaba su profesión. Aniceto Kauffman, joyero, leyó la tarjeta que había dejado encima de la mesa de cuero antes de sentarse sobre la silla reservada para las visitas. El letrado lo examinó con el discernimiento conseguido en el trabajo tras varios años de opinión de actas. El buen tejido del Príncipe de Gales era digno de un joyero, estimó el letrado, como lo era el oro de la lealtad conyugal. Las manos esbeltas, de marfil en la penumbra, de nobles vetas azules, podrían jugar con diamantes en un rectángulo de fieltro. Pero lo que no cuadraba era la dirección en la tarjeta. Aniceto Kauffman, joyero, Plaza de los Desprotegidos, 2. Alfredo Kauffman conocía el vecindario. Había alcanzado alguna gloria culinaria con 2 o tres geniales asadores. No se encontraba lejos de un viejo matadero. Pero meditar en una joyería en la Plaza de los Desprotegidos era como conseguir el poder de un negocio de alta costura cerca de una prisión de mujeres, o una invasión de cucarachas en un respetado despacho de abogados madrileño. Pero ahí estaban las cucarachas, en la oficina de Alfredo Kauffman, letrado y asesor legal, como afirmaba la placa de cobre en la puerta oriental de mullida alfombra. Entonces, ¿por qué razón no imaginar una joyería en el viejo vecindario del matadero? ¿Por qué razón no admitir un joyero Kauffman? Manteniendo la tarjeta del irreconocible Kauffman entre sus dedos, el letrado Kauffman repitió la ineludible pregunta por cuarta vez. «¿Exactamente en qué puedo asistirlo, Sr. Kauffman?» El joyero respondió con otra pregunta. «¿Está usted casado, señor letrado?» Kauffman miró a Kauffman con sorpresa. «¿Pues usted desea comprender?» El joyero juntó las rodillas y levantó la barbilla con entusiasmo. «El tema que me traes lo comprenderá mejor un hombre casado», explicó. Es una cosa de joyería. Perlas, para ser precisos. Un hombre casado sabe a eso que se encara, singularmente si sus medios económicos le han tolerado obsequiar a su mujer un collar de perlas una vez. ¿Es ese su caso, Sr. ¿Kauffman? El letrado suspiró. Un orate. Infestación de cucarachas y un ido en la oficina. Lamentó estar solo en la oficina. Las secretarias se habían ido de vacaciones y él mismo había despedido al guarda de seguridad unos minutos antes. El joyero Kauffman insistió. ¿No es verdad, señor Kauffman? «Afirmemos que una vez le obsequié perlas a mi mujer», aceptó el letrado, sabiendo a qué se refería el joyero. Toda la prensa había cubierto el obsequio del letrado Alfredo Kauffman a su mujer, un collar de perlas por el que el popular letrado había comprado una enorme suma de millones en una subasta, la histórica Catarata del Mar Pérsico, una triple cascada con un broche de rubí que había subsistió a una revolución y 2 guerras, la que la emperatriz Zita había empleado en Lequeitio, que entonces había pasado a manos de un poderoso banquero, y que por último, tras un largo periodo de admiración en el misterio de las asambleas mucho más limitadas, había entrado en la mercado de la joyería con determinada expectativa. Las gacetas cubrieron la subasta y la adquisición. El joyero Kauffman no podía ignorarlo. Kauffman logró un ademán de cansancio. Asimismo se mencionó que el letrado Kauffman no había conseguido las cataratas del mar persa para sí mismo, ni para dárselas a su mujer, sino actuaba representando a un cliente rico y enigmático. Esto parecía mucho más acorde con la naturaleza un poco frívola de un asesor legal, una profesión que no debe perderse. Pero, ¿qué podían imaginar los cronistas de la sociedad? «¿Tienes algo que ver con la prensa?» preguntó el letrado. Kauffman, el joyero, sonrió. -De nada. «En un caso así, pongamos que últimamente le adquirí a mi mujer un collar de perlas». Supuestamente satisfecho con la ambigüedad de la contestación, continuó el joyero Kauffman. Me alegra que sea un hombre sutil, señor Kauffman. Es la primera virtud de un letrado”, ha dicho, dando por sentado que conocía la doble versión de la historia y que, en cualquier caso, era el letrado al que procuraba como interlocutor. «Gracias», ha dicho el letrado. Pero suponga asimismo que estuviese actuando representando a un enigmático y rico cliente, lo que le haría dudar que conozco la auténtica identidad del cliente. El letrado Kauffman no respondió. Miró al joyero con cuidado. Su voz era fina, sugerente. Ingresó una pequeña vibración eléctrica en la oficina sin luz. ¿Por qué razón lo han recibido si no fuese por la curiosidad que había despertado la coincidencia de apellidos? Una barra de luz cruzó su pecho a la altura donde sus manos mantenían la bolsa. Su rostro pareció ser decapitado por una segunda barra de luz. «Vamos, señor Kauffman, todos en la profesión saben que cierto industrial del acero, el transporte marítimo, la nutrición y quién sabe qué mucho más es el feliz dueño de las cataratas del mar Pérsico, así sea que las tenga o no». en tu poder, tu mujer lo utiliza o duerme encerrado en una caja fuerte. La identidad de este hombre, al que vamos a llamar Millonetis o Enorme Duque, fué sugerida en los medios mucho más informados. Pero eso no es lo que me trae aquí. ¿Tenías temor de que yo fuera notero? «Tenía temor de eso», respondió Kauffman. «Puedes dejar esos temores a un lado», ha dicho el joyero. Lo que me trae aquí es una oferta que ni usted ni, afirmemos, Millonetis, tienen la posibilidad de negar. El letrado Kauffman se reclinó en su silla. El joyero Kauffman sonrió. El bigote puntiagudo penetró en un acento circunflejo al vocalizar el alias que sugería una fortuna personal con varios ceros y transformaba la astucia en simpatía. «Necesito un trago», ha dicho, viendo a su alrededor. El letrado se volvió hacia un pequeño armario de caoba que tenía detrás y sacó una botella de whisky y un solo vaso, que puso encima de la mesa. Kauffman dejó la bolsa y se sirvió. Charlaba mejor tras aclararse la garganta con un trago. La voz insinuante de lejanas raíces semíticas se desvaneció para charlar con la franqueza de un óptimo bebedor. «¿Sabes cuántos Kauffman hay en la guía telefónica?» -No. —Tres Kauffmann. O Kauffmann. El primero es un desarrollador de salchichas. El segundo Kauffman es letrado”, ha dicho el joyero asintiendo levemente. El tercer Kauffman, el Sr. Kauffman, soy yo. Usted y yo nos encontramos socios con un collar de perlas, y el nombre Kauffman indudablemente me facilitó el sendero a esta oficina. En este momento deseo enseñarte algo. ¿Eres Nictalope?
¿Cuánto tiempo puede vivir una cucaracha sin comer?
Las cucarachas tienen la posibilidad de vivir hasta un mes sin comida. Esto se origina por que están totalmente capacitados para sostenerse activos sin precisar consumir alimentos a lo largo de ese largo período temporal.
Se conoce que si una cucaracha no posee comida sino más bien agua, puede alargar su historia por múltiples meses. De la misma las cucarachas, en el momento en que se nutren con alimentos secos pero sin agua, mueren mucho más de manera rápida.
Familia Blaberidae
Primeramente está la familia de cucarachas llamada Blaberidae, la que cuenta como aspecto mucho más impresionante es que son insectos de importante tamaño en comparación con otras especies y asimismo se puede decir que son son la segunda familia mucho más abundante en el orden de las cucarachas. Es esencial tomar en consideración que esta familia se distribuye en subfamilias, gracias a la pluralidad de especies que están en ella.
En este sentido, cabe apuntar que primeramente está la subfamilia que recibe el nombre científico de Blaberinae, esta subfamilia por su parte está compuesta por unas 223 especies, de las que se clasifican en unos 23 géneros, por norma general, la distribución de esta subfamilia corresponde eminentemente a los países de América del Sur. Del mismo modo, otra de las subfamilias que constituyen a los Blaberidae es la que recibe el nombre científico de Diplopterinae, esta subfamilia en contraste a la citada previamente está compuesta por un solo género, el que está conformado en su temporada por ocho especies, estas especies son propias de países como China, Australia, India, Tailandia, entre otros muchos.