La desaparición de José Arcadio jamás fué dilucidada: unos suponen que fue ejecutado por su mujer Rebeca al regresar de apresar, la mayor parte, que se suicidó en exactamente las mismas situaciones; la sangre de su cuerpo corre en hilo por toda la localidad hasta llegar a la vivienda familiar, donde su…
Mi amor por la literatura se lo debo a un sencillo acto que tuve la felicidad de hacerle a mi solamente trece años. Corría el año 1967 y en los corredores de mi liceo, Miguel Cervantes Saavedra de Lomas Verdes —España le puso el nombre y sus hijos de Bayamón— el conjunto de incipientes leyentes que desde ese momento formaban mi estampa se refería en tono devocional a un libro principiante que, se afirmaba (precisamente sin entender lo que se afirmaba) cambiaría para toda la vida la narración de la literatura. Cien años de soledad fue el primer libro que adquirí por mi cuenta. Tomé el autobús desde Santa Juanita hasta la Librería Campos en el Viejo San Juan y pasé las próximas tres o 4 noches buceando en Macondo. Jamás antes había leído nada que no me fuera asignado en la escuela. Leer era un deber, un acto mucho más de obediencia, por la parte de varios, al contrato popular. Esta lectura -pues debería referirme a ella particularmente y en pasado, como un hecho en mi pequeña historia, no en el presente eterno donde se embalsaman los tradicionales- me funcionó como un pasaporte, como la contraseña de una exclusiva ciudadanía. La mezcla de exitación, anticipación, aburrimiento, excitación, incomprensión y familiaridad causó en mí un desconcierto que hasta el momento se encontraba guardado solo para el escándalo de mi recién nacida adolescencia.
Desde ese momento he regresado a Macondo frecuentemente, más que nada, irónicamente, en la versión al inglés de Rabassa, al principio de mi carrera de instructor, para compartirlo con mis alumnos en esos tutoriales introductorios de Modern Masters en universidades Del norte. Transcurrido el tiempo acumulé capas geológicas de pasajes preferidos. Pero esta lectura joven sigue con vida, entre otros muchos pasajes, en una órbita propia, el encontronazo de la desaparición (¿asesinato?)
¿Quién mató a José Arcadio en un óptimo día?
Rebeca Buendía no se encontraba encerrada en el baño. Mató a José Arcadio Buendía. Ella lo mató por no ser quien conocía; por haber continuado inmóvil; por dejarse absorber por la gran energía que lo hacía único. El homicidio fue uno de sus impulsos de siempre.
¿Cuál es el deseo de Aureliano Buendía?