Un bandolero (asimismo llamado bandolero, cardado, bandolero, maleante, salteador de caminos, fugitivo, ladrón, maleante, bandolero o bandolero) era un ladrón armado que practicaba el contrabando, el hurto y el rapto.
Si bien la existencia de los cangaço en el Noreste de Brasil se remonta a 1830-1840, fue un conjunto de cangaceiros que logró popular el fenómeno del bandolerismo rural entre 1890 y 1940, periodo que se prolonga desde la implantación de la Primera República y el Estado Novo. Cangaceiros como Antônio Silvino, Sinhô Pereira, Ângelo Roque, Jararaca, Lampião y Corisco fueron bandoleros nómadas que arrasaron la zona, confrontando el poder económico, representado por unos pocos labradores y terratenientes que, para lucrarse, no miraron a las pretensiones de los campesinos, correspondientes a un pueblo empobrecido y explotado.
Los Plateados, todo queda en familia
Los bandoleros asimismo florecieron pues estaban unidos a los territorios que saqueaban. Familias enteras se dedicaron a esta actividad y dominaron la geografía regional donde cometieron sus delitos, consiguiendo huír de las prácticamente inexistentes autoridades.
Raramente, los bandoleros eran admirados por su valentía, caballerosidad y rebeldía en frente de las recias condiciones sociales del país. Fueron los héroes de la pelea de los “oprimidos” contra las elites económicas.
Uno de estas situaciones ocurrió en Almadén en 1588, en el momento en que 4 presidiarios, condenados a trabajar en la mina, mataron a un ayudante del carcelero de la Prisión Real y escaparon a un monasterio próximo a Almadén gobernado por la Orden Franciscana.
Por otra parte, los bandoleros siempre y en todo momento tenían la opción de resguardarse en lo sagrado, o sea, en una iglesia, ermita o convento. En 1588 se causó uno de estas situaciones en Almadén, en el momento en que 4 presidiarios, condenados a trabajar en la mina, mataron a un ayudante del alcaide de la prisión real y escaparon a un monasterio próximo a Almadén gobernado por la orden franciscana. Los frailes desencadenaron a los fugitivos y les brindaron ropa y comida. En el momento en que las autoridades asistieron a arrestarlos, los monjes se negaron a entregarlos, mencionando al derecho de asilo. Tras unos días, los prófugos se entregaron de manera voluntaria y tres de ellos retornaron a prisión para continuar cumpliendo su condena, al tiempo que el cuarto fue ejecutado por asesinato.
A fin de que los condenados no tengan la posibilidad de fugarse y conseguir el derecho de asilo en algún rincón beato, las autoridades ordenaron que se hiciese el traslado de la prisión, así sea desde La capital española, Toledo, Sevilla u otro “… mayor protección por su seguridad y que no escapen…”, pero asimismo que las cadenas de los presos “…no toquen sitio sagrado en el momento en que pasen por los sitios por donde transiten y no pernocten. ..», a fin de que no tengan la posibilidad de aprovecharlo. Estos traslados eran habitualmente de cientos y cientos de km, puesto que Cartagena era puerto de galeras e inclusive allí los condenados debían ir caminando, lo que a veces suponía múltiples semanas de viaje. marcha.