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Quién te recibe en la puerta del cielo

Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no predominará contra ella. Les voy a dar las llaves del Reino de los Cielos. Todo cuanto anudes en la tierra va a quedar atado en el cielo, y todo cuanto desates en la tierra va a quedar liberado en el cielo”.

La autora Ana Llurba.

El día de hoy en esta sección de ‘Oficina de Redactada’ entrevistamos a la autora argentina Ana Llurba (Córdoba, 1980), domiciliada en Barcelona, ​​sobre ‘La puerta del cielo’ (Aristas Martínez, 2018 ), su primera novela, corta y también impecablemente afinada. Una temible distopía que se lleva a cabo durante una semana en La Nave, el cobijo construido por un autoproclamado profeta y su seguidor para salvaguardar su ‘rebaño’: un pequeño conjunto de jovenes que, en su papel de fieles, van a vivir atrapados en una incesante escasez material, obsesivas prácticas rituales y el amenazante asedio del exterior.

Los diez minutos de meditación con Jesús

En entre los diez minutos de meditación con Jesús, el padre nos logró pensar sobre dado que Jesús nos solicitaba que fuésemos inmejorables. Es algo humanamente irrealizable, pero es viable con Dios, de ahí que contamos a los santurrones, que no son superhéroes de Marvel, inaccesibles. Los santurrones fueron personas de carne y hueso que vivieron en su tiempo, en el planeta, y que se dejaron conducir por Dios. Y que la santidad no radica solo en rezar, en ser bueno, o en ser bueno contigo, sino la santidad te transporta a buscar que la multitud se acerque mucho más a Dios, que mucho más gente conozca a Cristo, pues lo conocemos, o nos encontramos en nuestra forma de hallarlo.

Tal como Dios les ha dicho a los apóstoles que fuesen al planeta a predicar el evangelio, se bautizaran y se transformaran, asimismo nosotros contamos este orden misionero. Los que amamos a Cristo y lo procuramos, los que oramos y confesamos, los que proseguimos los mandamientos y procuramos estar en la felicidad de Dios, con el trabajo bien hecho, con las horas de clases virtuales, con el estudio, con esa llamada, ese mensaje de WhatsApp a amigos o familiares que tienen la posibilidad de estar tristes, solos o enfermos; nos encontramos anunciando a Cristo, el evangelio.

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